lunes, 25 de abril de 2011

Videntes y Piratas


Eugenio Di Bianco era un mesmerino pero de la época del colonialismo. Se rumoreaba que el mismísimo Cristobal Colón había pagado una buena suma de dinero al adivino para que lo acompañara en sus aventuras por nuestra América; acorralado por los clientes hechizados insatisfactoriamente, las uniones maritales cruzadas, y las deudas a los mercaderes: el genio aceptó.
 Una vez en altamar, en la Pinta, Colón le hizo saber sus inquietudes sobre la expedición; como el adivino era de orígen francés, lo hicieron que escribiera en una nota  la siguiente inquietud: -¿Cómo acabaremos aquí?
 La transcripción es la siguiente:
"Las notas no siempre ayudan, pero es lo que encontramos para vivir a la altura de estas basuras mundanas que rodean los medios de diálogo; el simple, el corriente, el dinámico diálogo que otorga el discurso presencial. Ahora mísmo nesecito decir algo, no se bien qué, pero no puedo. Me limito a escribir sobre algo de lo que no tengo capacidad de interpretar; y sabemos cuan cercano a la tragedia esta eso.
 Que insatisfacción que puede sentir uno un lunes por la tarde, pensaba ayer. Pero atención que hay elevo, pero no está la chispa. ¡Qué suerte la mía!. Debo dejar de acusar ese frente cada vez que no consigo TODO lo que quiero; después de todo tengo salud, un techo, una flor, nada para reprochar. Pero esas son necesidades básicas, pogale. Hay necesidades divinas que cada uno debe tener, que nesecita encontrar y que empiezan por la duda. Por eso, mi dictamen es que me mató con la pregunta."
    
 Al momento en que descifraron lo que decía la nota mandaron a Eugenio Di Bianco a la tabla, para luego empujarlo a nadar con los peces.
 Los mensajes los malinterpretamos nosotros mísmos; aún teniendo en cuenta que "las respuestas de los brujos deben ser tan imprecisas como evidentes."* El adivino Eugenio tenía razón después de todo, concluye con la predicción que le continuó. Lo que sucede es que mientras buscamos ciertas verdades, dejamos pasar muchas otras. La obsesión se carga al anhelo, y es aquí cuando se desbaraja todo.      

*Alejandro Dolina - Bar del Infierno.
Textos: Pablo Eder
Ilustraciones: Luciano Grisolía

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