…”Mi amigo
se puso más nervioso de lo que yo me esperaba; porque ante este golpe de
inocente teatralidad, se apartó de mí neuróticamente y dejó escapar un grito,
con una especie de atragantamiento que liberó su tensión contenida. Fue un
grito singular, y tanto mas terrible cuanto que fue contestado. Pues aún
resonaba, cuando oí un crujido en la tenebrosa negrura, y comprendí que se
abría una ventana de celosía en aquella casa vieja y maldita que teníamos allá
cerca. Y dado que todos los demás marcos de ventana hacía tiempo que habían
desaparecido, comprendí que se trataba del marco espantoso de aquella ventana
demoníaca del ático.” Así intentaba describir a “Lo Innombrable” el autor Howard
Lovecraft, quien utilizó una serie de elementos descriptivos para darle forma a
aquello que no la presentaba. Pero que sin dudas se trató de un maravilloso
relato de algo que no se sabe qué es, aunque bien relata lo que sí genera:
miedo.
Entre los
tantos temas de divulgación, pueden encontrarse muchos pasajes en los cuales se
hable de la muerte, o del miedo que en ella se esconde. Aunque preferiría hacer
cierta salvedad aclarando que lo que en ellos se tratan son las causas por las
que se llegó a tal fin. Y no un mero análisis de lo que podría entregar la
inhumación hacia nuestro “mundo de las ideas” como bien lo definió Platón en la
antigüedad. Entendiéndose a la muerte como la separación del cuerpo y del alma.
Bien puede pensarse, para simpleza de muchos,
que al padecer por tal estado le genera a uno una sensación creciente de
descomposición corporal. O que sencillamente terminó su estadía en el mundo de
los mortales, y le corresponde una eterna vida en la nada absoluta.
Personalmente descreo de esta última afirmación. Dado que la controversia con
respecto a este tema es demasiado grande como para afirmar que existe “La Nada ” luego de estirar la
pata; sería como negar el todo de un mundo completamente desconocido e
inexplorado por cualquiera que pueda leer estas líneas. A excepción de aquellos
virtuosos que han regresado de la muerte para relatar lo sucedido.
Quienes cuentan su experiencia vivida en
grandes volúmenes detallan los momentos en que sus funciones vitales dejan de
funcionar, cómo los recuerdos de su infancia comienzan a resurgir a modo de
cortometraje en lo último que les queda palpitando, que no es nada menos que su
imaginación intentando resumirles una vida entera hecha de ausencias. O están
aquellos perseguidos por ese miedo al abandono del cuerpo, como es el caso de
Edgar Allan Poe, quien describe extraordinariamente los pasos seguidos por este
ante la posibilidad de caer en la terrible enfermedad conocida como catalepsia.
A falta de mejores definiciones como lo supo afirmar el mismo escritor. Se
trataba de la suspensión de las funciones vitales por un lapso que podría
oscilar entre horas, semanas e incluso meses, en donde la persona presenta los
síntomas de un muerto, pero que en realidad, no lo está.
Esta obsesión llevo a Poe a describir en “El
entierro prematuro” todas las precauciones que un maníaco del miedo toma para
evitar que lo enterrasen con vida… “Me perdía en meditaciones sobre la muerte,
y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente… Ya no me atrevía a
montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningún ejercicio que me alejara de
casa. En realidad, yo no me atrevía a fiarme de mí lejos de la presencia de los
que conocían mi propensión a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos
ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado
y de la lealtad de mis amigos mas queridos. Temía que, en un trance mas largo
de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no había remedio… les exigía, con
los juramentos mas sagrados, que en ninguna circunstancia me enterrarían hasta
que la descomposición estuviera tan avanzada que impidiese la conservación...
empecé con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mandé a remodelar
la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fácilmente desde adentro. A la
más débil presión sobre una larga palanca que se extendía hasta muy dentro de
la cripta, se abrirían rápidamente los portones de hierro. También estaba
provista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con
alimentos y agua, al alcance del ataúd preparado para recibirme. Este ataúd
estaba acolchado con material suave y cálido y dotado de una tapa elaborada
según el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de
forma que el más débil movimiento del cuerpo sería suficiente para que se
soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya
soga pasaría (estaba previsto) por un agujero en el ataúd y estaría atado a una
mano del cadáver.”
Lo
importante resaltar aquí, es la idea de que no se trata de la explicación del
fenómeno, sino mas bien la previa a la partida definitiva. Es decir que,
claramente, uno no puede describir lo que nunca ha sentido. No se puede hacer
una tesis sobre el amor sin antes haber sufrido una desdicha. O sin proclamar lágrimas
en virtud de la tristeza, o de alegre felicidad ante quien las merezca.
Lo fundamental, hasta ahora, es que la muerte
es el pasaje a otro estado –valla a saber específicamente cuál- de
características lógicamente diferentes a las que conocemos los humanos.
Otro autor que ha resaltado el hecho de temer
ante la muerte fue León Tolstoi, quien en “La muerte de Iván Illich” analiza
los pensamientos y emociones de un hombre a punto de morir, quien se plantea si
su vida ha sido tan brillante como el creía en esos tiempos. Donde la vida de
un alto funcionario había valido la pena dejando de lado una dedicación al
sentir emociones verdaderas en su rol de padre y esposo. Así como critica la
frivolidad de la familia y amigos que se niegan a afrontar la realidad de su
muerte.
Un caso curioso es el de los Musulmanes, por ejemplo, quienes creen en la reencarnación permanente. Aman en vida a sus esposas, quieren y educan a sus hijos, y alimentan a su ganado aquellos que viven de él. Luego, una vez llegada la hora, se despiden de sus familiares sabiendo que luego de abandonar su cuerpo podrá continuar su misión en el mundo; pero esta vez con forma de Cotorra, en un supuesto caso.
Un caso curioso es el de los Musulmanes, por ejemplo, quienes creen en la reencarnación permanente. Aman en vida a sus esposas, quieren y educan a sus hijos, y alimentan a su ganado aquellos que viven de él. Luego, una vez llegada la hora, se despiden de sus familiares sabiendo que luego de abandonar su cuerpo podrá continuar su misión en el mundo; pero esta vez con forma de Cotorra, en un supuesto caso.
Aquí, esta visión acerca del “Más Allá”, es
más alentadora que la duda con la que deben lidiar los cristianos. La duda de
no saber si su alma descansará el resto de la eternidad para el reino de los
cielos, o en la oscuridad de las tinieblas. Eso dependerá de una serie de
comportamientos en donde si uno ha sido pecador, de condenará a pasar su vida
en el infierno. Mientras que si se fue un buen feligrés, podrá permanecer en el
cielo; quizás en compañía de un vecino insoportablemente religioso, por
ejemplo. Pero que rápidamente terminaría por condenarse de todas formas por
tener que soportar al fanático sujeto.
Las formas en que concebimos al miedo son muy diversas. Algunos pretenden no sentirlo. Otros, en cambio, se enorgullecen de sentirse atravesado por esa sensación y batallan para ganarle día tras día.
Las formas en que concebimos al miedo son muy diversas. Algunos pretenden no sentirlo. Otros, en cambio, se enorgullecen de sentirse atravesado por esa sensación y batallan para ganarle día tras día.
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