Sitio sin salida
martes, 19 de junio de 2012
martes, 8 de mayo de 2012
Cerrazones (La cola del Chino)
Hace unos
días dí con un amigo de mis pagos en un curioso encuentro en la cola del chino.
Todo aquel que ha ido al supermercado Nuevo Cielo, de la calle 1 casi esquina 63, sabe que la
caja de las golosinas, en la que está el chino, siempre avanza más rápido. Como
llevaba nada más que un secador de piso sin el palo, me puse en esa fila. Pero
esa vez, justo, el aparato que evalúa al producto y le chifla el valor al cajero se
había descompuesto. Cuando me iba a buscar la otra caja me llaman al hombro y
me preguntan si soy del comercio. –debí haberle dicho que sí, por la cantidad
de veces que voy a buscar de a cosa por vez- No, ni era yo parte de ese negocio
ni la pregunta iba enserio. Era mi amigo que venía a abastecerse de licores.
Mientras conversábamos, como se puede entre
góndolas de comida, este gran pensador amigo me comentó que una película le
había cambiado la vida. Era de los documentales que revelan todos los manejos
económicos y financieros de la rueda que formamos parte. La cuestión es que me
repasó una lista de lo más esencial a tener en cuenta. En medio de eso nos detenemos a mirar una discusión
apenas en la entrada. Describo la escena: El chino le prohíbe la entrada con
cartera a una señora. Esta se niega a dejarla argumentando que tiene cosas
personales dentro. Otra mujer junto a nosotros nos dice: “Debe ser por Las
Carteristas; los que se llevan las cosas. Como sale en todos lados, como sale
en la tele”. Enseguida mi amigo le explica que un aparato que se toma el
trabajo de pensar por nosotros no merece nuestra valoración, no en los actos de
nuestra vida cotidiana, por la que nosotros vamos caminando y no un aparato a
corriente.
Como la discusión no ameritaba un tercero, me
puse a pensar en lo que hace que el dueño le exija a una persona dejar su bolsa
de objetos personales. ¡Más aún! ¡La cartera de una dama! Con los secretos y
las provisiones que esconden ahí dentro, por lo menos, genera precaución. Pero
la historia no pasaba por ahí, sino por las alejadas ganas del chino para
entrar en el diálogo ofrecido por la mujer. El tipo estaba empecinado con que
deje la cartera porque lo decía el cartel de la entrada; que dicho sea de paso
“sugiere” dejar los bolsos en los casilleros. Y lo señalaba hasta el cansancio.
La señora intentaba mostrarle el número de objetos dentro de la bolsa; el chino
le indicaba el cartel al coro de “No, no, no.”.
Ahora, a mi me gustaría saber ¿Qué es lo que
provoca la cerrazón de un sujeto dueño de un mercado?; ¿Será el permanente
ruido de las máquinas registradoras modernas?, ese ruido digital que decanta
nuestra deuda con el hombre y, a la vez, le dice cuánto nos tiene que dar,
confiando ciegamente en ese aparato ideado valla a saber por qué piojera[1]. ¿O será que el
chino no comprende otra manera de ir por la vida?- y no quiero con esto
desprestigiar el laborioso asunto de atender un mercado; de ninguna manera, lo
que veo es que el tipo baja de lunes a lunes –porque vive arriba de su negocio-
limitándose a las relaciones meramente comerciales; al menos dentro del ámbito
que nos encontramos los dos. ¿Será que
prefiere manejarse el resto de su vida así?; ¿O sólo ahorra morlacos
para un fin determinado? Nadie salvo él y su compañero pueden saberlo.
Alejado de toda especulación comercial o
financiera, y naufragando en un mar de posibilidades pequeñas, me fui pensando en lo que mueve a Zhen[2].
Sólo para este caso, llegué a la
conclusión de que su motivación es la rueda en que esta envuelto. Eso indicaría
por qué mira para otro lado –al igual que la señora de los Carteristas- frente
a lo desconocido, en lugar de ver eso real, eso palpable…. La mayonesa estaba
siete pesos.
Sr. Jumbold
jueves, 14 de julio de 2011
Fuego
De veras creo que aquellas
personas que se lamentan por perder el encendedor no son más que persecutas
momentáneos. La intencionalidad conque éstos nos miran al manifestarles el préstamo de
fuego es evidente y a la vez siniestra. El sujeto nos dice con la mirada,
"Oiga, de veras me importa que no se lo quede." o algo por el estilo;
lo cierto es que hay que entender esos signos y actuar con normalidad. Otros,
más alarmistas, como si se enfrentaran a un punguista de lumbres nos avisan que
se lo devolvamos porque ya perdieron uno. Entonces me pregunto si es que
enserio hay que lamentar pérdidas tan cotidianas.
No hay cosa más común que se nos escurra un encendedor, no es posible durar una semana con el mismo; y sabemos que duran, quién no sigue usando el suyo sin la chapa o hasta sin gas... Es casi igual a las veces que uno se enamora. Anteayer:La Inalcanzable ,
Ayer: La Yerbera ,
Hoy: La que se parece. Lo mismo con los fuegos: la semana pasada andaba con el
amarillo que tenía linda llama. Fui al Zaragosa, y cuando volví tenía tres
adentro de la de corderoy. Hoy estoy sin qué prender el último. Es un
Dinamismo Involuntario, si se quiere. También, como he dicho, podemos
recuperarnos y conseguir de repente uno o tal vez dos encendores de una sola
rueda nocturna. O por ahí tres o cuatro minas que no se sabe de dónde nos quieren
tanto.
Existe, es cierto, una clase de encendedor a la cual cuidar como si fuera el amor de nuestra vida. Por ejemplo una piba linda, de esas que de yapa son bastante voladoras; y en ellas son las que reparan los que esperan, y la miran, y eso merece cierta cautela. Es lo mismo que un Zippo; que es más que un encendedor: es una relación. Se lo cuida siempre, se lo lustra y se le hacen regalos: una vez vi uno con una funda de cuero. Algunas piedras, cada tanto, para mejorar la chispa...
Pero pienso que los encendedores comunes no terminan de ser del todo de uno. Es una posesión fugaz que la creemos perpetua; y es justamente ahí cuando nos molesta perder el fuego. Para mejor deberíamos pensar que, quizás, el encendedor que perdimos la semana pasada sea el mismo que apareció esta mañana en mi bolsillo. Entonces la pérdida y recuperación de lumbres pasarían a ser parte de un ciclo interminable, espontáneo y ligero. Y sí, es lo mejor que nos queda.
No hay cosa más común que se nos escurra un encendedor, no es posible durar una semana con el mismo; y sabemos que duran, quién no sigue usando el suyo sin la chapa o hasta sin gas... Es casi igual a las veces que uno se enamora. Anteayer:
Existe, es cierto, una clase de encendedor a la cual cuidar como si fuera el amor de nuestra vida. Por ejemplo una piba linda, de esas que de yapa son bastante voladoras; y en ellas son las que reparan los que esperan, y la miran, y eso merece cierta cautela. Es lo mismo que un Zippo; que es más que un encendedor: es una relación. Se lo cuida siempre, se lo lustra y se le hacen regalos: una vez vi uno con una funda de cuero. Algunas piedras, cada tanto, para mejorar la chispa...
Pero pienso que los encendedores comunes no terminan de ser del todo de uno. Es una posesión fugaz que la creemos perpetua; y es justamente ahí cuando nos molesta perder el fuego. Para mejor deberíamos pensar que, quizás, el encendedor que perdimos la semana pasada sea el mismo que apareció esta mañana en mi bolsillo. Entonces la pérdida y recuperación de lumbres pasarían a ser parte de un ciclo interminable, espontáneo y ligero. Y sí, es lo mejor que nos queda.
Añadir leyenda |
lunes, 25 de abril de 2011
Videntes y Piratas
Eugenio Di Bianco era un mesmerino pero de la época del colonialismo. Se rumoreaba que el mismísimo Cristobal Colón había pagado una buena suma de dinero al adivino para que lo acompañara en sus aventuras por nuestra América; acorralado por los clientes hechizados insatisfactoriamente, las uniones maritales cruzadas, y las deudas a los mercaderes: el genio aceptó.
Una vez en altamar, en la Pinta, Colón le hizo saber sus inquietudes sobre la expedición; como el adivino era de orígen francés, lo hicieron que escribiera en una nota la siguiente inquietud: -¿Cómo acabaremos aquí?
La transcripción es la siguiente:
"Las notas no siempre ayudan, pero es lo que encontramos para vivir a la altura de estas basuras mundanas que rodean los medios de diálogo; el simple, el corriente, el dinámico diálogo que otorga el discurso presencial. Ahora mísmo nesecito decir algo, no se bien qué, pero no puedo. Me limito a escribir sobre algo de lo que no tengo capacidad de interpretar; y sabemos cuan cercano a la tragedia esta eso.
Que insatisfacción que puede sentir uno un lunes por la tarde, pensaba ayer. Pero atención que hay elevo, pero no está la chispa. ¡Qué suerte la mía!. Debo dejar de acusar ese frente cada vez que no consigo TODO lo que quiero; después de todo tengo salud, un techo, una flor, nada para reprochar. Pero esas son necesidades básicas, pogale. Hay necesidades divinas que cada uno debe tener, que nesecita encontrar y que empiezan por la duda. Por eso, mi dictamen es que me mató con la pregunta."
Al momento en que descifraron lo que decía la nota mandaron a Eugenio Di Bianco a la tabla, para luego empujarlo a nadar con los peces.
Los mensajes los malinterpretamos nosotros mísmos; aún teniendo en cuenta que "las respuestas de los brujos deben ser tan imprecisas como evidentes."* El adivino Eugenio tenía razón después de todo, concluye con la predicción que le continuó. Lo que sucede es que mientras buscamos ciertas verdades, dejamos pasar muchas otras. La obsesión se carga al anhelo, y es aquí cuando se desbaraja todo.
*Alejandro Dolina - Bar del Infierno.
Textos: Pablo Eder
Ilustraciones: Luciano Grisolía
domingo, 3 de abril de 2011
Ensayo sobre la muerte y su miedo
…”Mi amigo
se puso más nervioso de lo que yo me esperaba; porque ante este golpe de
inocente teatralidad, se apartó de mí neuróticamente y dejó escapar un grito,
con una especie de atragantamiento que liberó su tensión contenida. Fue un
grito singular, y tanto mas terrible cuanto que fue contestado. Pues aún
resonaba, cuando oí un crujido en la tenebrosa negrura, y comprendí que se
abría una ventana de celosía en aquella casa vieja y maldita que teníamos allá
cerca. Y dado que todos los demás marcos de ventana hacía tiempo que habían
desaparecido, comprendí que se trataba del marco espantoso de aquella ventana
demoníaca del ático.” Así intentaba describir a “Lo Innombrable” el autor Howard
Lovecraft, quien utilizó una serie de elementos descriptivos para darle forma a
aquello que no la presentaba. Pero que sin dudas se trató de un maravilloso
relato de algo que no se sabe qué es, aunque bien relata lo que sí genera:
miedo.
Entre los
tantos temas de divulgación, pueden encontrarse muchos pasajes en los cuales se
hable de la muerte, o del miedo que en ella se esconde. Aunque preferiría hacer
cierta salvedad aclarando que lo que en ellos se tratan son las causas por las
que se llegó a tal fin. Y no un mero análisis de lo que podría entregar la
inhumación hacia nuestro “mundo de las ideas” como bien lo definió Platón en la
antigüedad. Entendiéndose a la muerte como la separación del cuerpo y del alma.
Bien puede pensarse, para simpleza de muchos,
que al padecer por tal estado le genera a uno una sensación creciente de
descomposición corporal. O que sencillamente terminó su estadía en el mundo de
los mortales, y le corresponde una eterna vida en la nada absoluta.
Personalmente descreo de esta última afirmación. Dado que la controversia con
respecto a este tema es demasiado grande como para afirmar que existe “La Nada ” luego de estirar la
pata; sería como negar el todo de un mundo completamente desconocido e
inexplorado por cualquiera que pueda leer estas líneas. A excepción de aquellos
virtuosos que han regresado de la muerte para relatar lo sucedido.
Quienes cuentan su experiencia vivida en
grandes volúmenes detallan los momentos en que sus funciones vitales dejan de
funcionar, cómo los recuerdos de su infancia comienzan a resurgir a modo de
cortometraje en lo último que les queda palpitando, que no es nada menos que su
imaginación intentando resumirles una vida entera hecha de ausencias. O están
aquellos perseguidos por ese miedo al abandono del cuerpo, como es el caso de
Edgar Allan Poe, quien describe extraordinariamente los pasos seguidos por este
ante la posibilidad de caer en la terrible enfermedad conocida como catalepsia.
A falta de mejores definiciones como lo supo afirmar el mismo escritor. Se
trataba de la suspensión de las funciones vitales por un lapso que podría
oscilar entre horas, semanas e incluso meses, en donde la persona presenta los
síntomas de un muerto, pero que en realidad, no lo está.
Esta obsesión llevo a Poe a describir en “El
entierro prematuro” todas las precauciones que un maníaco del miedo toma para
evitar que lo enterrasen con vida… “Me perdía en meditaciones sobre la muerte,
y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente… Ya no me atrevía a
montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningún ejercicio que me alejara de
casa. En realidad, yo no me atrevía a fiarme de mí lejos de la presencia de los
que conocían mi propensión a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos
ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado
y de la lealtad de mis amigos mas queridos. Temía que, en un trance mas largo
de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no había remedio… les exigía, con
los juramentos mas sagrados, que en ninguna circunstancia me enterrarían hasta
que la descomposición estuviera tan avanzada que impidiese la conservación...
empecé con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mandé a remodelar
la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fácilmente desde adentro. A la
más débil presión sobre una larga palanca que se extendía hasta muy dentro de
la cripta, se abrirían rápidamente los portones de hierro. También estaba
provista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con
alimentos y agua, al alcance del ataúd preparado para recibirme. Este ataúd
estaba acolchado con material suave y cálido y dotado de una tapa elaborada
según el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de
forma que el más débil movimiento del cuerpo sería suficiente para que se
soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya
soga pasaría (estaba previsto) por un agujero en el ataúd y estaría atado a una
mano del cadáver.”
Lo
importante resaltar aquí, es la idea de que no se trata de la explicación del
fenómeno, sino mas bien la previa a la partida definitiva. Es decir que,
claramente, uno no puede describir lo que nunca ha sentido. No se puede hacer
una tesis sobre el amor sin antes haber sufrido una desdicha. O sin proclamar lágrimas
en virtud de la tristeza, o de alegre felicidad ante quien las merezca.
Lo fundamental, hasta ahora, es que la muerte
es el pasaje a otro estado –valla a saber específicamente cuál- de
características lógicamente diferentes a las que conocemos los humanos.
Otro autor que ha resaltado el hecho de temer
ante la muerte fue León Tolstoi, quien en “La muerte de Iván Illich” analiza
los pensamientos y emociones de un hombre a punto de morir, quien se plantea si
su vida ha sido tan brillante como el creía en esos tiempos. Donde la vida de
un alto funcionario había valido la pena dejando de lado una dedicación al
sentir emociones verdaderas en su rol de padre y esposo. Así como critica la
frivolidad de la familia y amigos que se niegan a afrontar la realidad de su
muerte.
Un caso curioso es el de los Musulmanes, por ejemplo, quienes creen en la reencarnación permanente. Aman en vida a sus esposas, quieren y educan a sus hijos, y alimentan a su ganado aquellos que viven de él. Luego, una vez llegada la hora, se despiden de sus familiares sabiendo que luego de abandonar su cuerpo podrá continuar su misión en el mundo; pero esta vez con forma de Cotorra, en un supuesto caso.
Un caso curioso es el de los Musulmanes, por ejemplo, quienes creen en la reencarnación permanente. Aman en vida a sus esposas, quieren y educan a sus hijos, y alimentan a su ganado aquellos que viven de él. Luego, una vez llegada la hora, se despiden de sus familiares sabiendo que luego de abandonar su cuerpo podrá continuar su misión en el mundo; pero esta vez con forma de Cotorra, en un supuesto caso.
Aquí, esta visión acerca del “Más Allá”, es
más alentadora que la duda con la que deben lidiar los cristianos. La duda de
no saber si su alma descansará el resto de la eternidad para el reino de los
cielos, o en la oscuridad de las tinieblas. Eso dependerá de una serie de
comportamientos en donde si uno ha sido pecador, de condenará a pasar su vida
en el infierno. Mientras que si se fue un buen feligrés, podrá permanecer en el
cielo; quizás en compañía de un vecino insoportablemente religioso, por
ejemplo. Pero que rápidamente terminaría por condenarse de todas formas por
tener que soportar al fanático sujeto.
Las formas en que concebimos al miedo son muy diversas. Algunos pretenden no sentirlo. Otros, en cambio, se enorgullecen de sentirse atravesado por esa sensación y batallan para ganarle día tras día.
Las formas en que concebimos al miedo son muy diversas. Algunos pretenden no sentirlo. Otros, en cambio, se enorgullecen de sentirse atravesado por esa sensación y batallan para ganarle día tras día.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)