jueves, 14 de julio de 2011

Fuego


De veras creo que aquellas personas que se lamentan por perder el encendedor no son más que persecutas momentáneos. La intencionalidad conque éstos nos miran al manifestarles el préstamo de fuego es evidente y a la vez siniestra. El sujeto nos dice con la mirada, "Oiga, de veras me importa que no se lo quede." o algo por el estilo; lo cierto es que hay que entender esos signos y actuar con normalidad. Otros, más alarmistas, como si se enfrentaran a un punguista de lumbres nos avisan que se lo devolvamos porque ya perdieron uno. Entonces me pregunto si es que enserio hay que lamentar pérdidas tan cotidianas.
  No hay cosa más común que se nos escurra un encendedor, no es posible durar una semana con el mismo; y sabemos que duran,  quién no sigue usando el suyo sin la chapa o hasta sin gas... Es casi igual a las veces que uno se enamora. Anteayer: La Inalcanzable, Ayer: La Yerbera, Hoy: La que se parece. Lo mismo con los fuegos: la semana pasada andaba con el amarillo que tenía linda llama. Fui al Zaragosa, y cuando volví tenía tres adentro de la de corderoy.  Hoy estoy sin qué prender el último. Es un Dinamismo Involuntario, si se quiere. También, como he dicho, podemos recuperarnos y conseguir de repente uno o tal vez dos encendores de una sola rueda nocturna. O por ahí tres o cuatro minas que no se sabe de dónde nos quieren tanto.
  Existe, es cierto, una clase de encendedor a la cual cuidar como si fuera el amor de nuestra vida. Por ejemplo una piba linda, de esas que de yapa son bastante voladoras; y en ellas son las que reparan los que esperan, y  la miran, y eso merece cierta cautela. Es lo mismo que un Zippo; que es más que un encendedor: es una relación. Se lo cuida siempre, se lo lustra y se le hacen regalos: una vez vi uno con una funda de cuero. Algunas piedras, cada tanto, para mejorar la chispa...
  Pero pienso que los encendedores comunes no terminan de ser del todo de uno. Es una posesión fugaz que la creemos perpetua; y es justamente ahí cuando nos molesta perder el fuego. Para mejor deberíamos pensar que, quizás, el encendedor que perdimos la semana pasada sea el mismo que apareció esta mañana en mi bolsillo. Entonces la pérdida y recuperación de lumbres pasarían a ser parte de un ciclo interminable, espontáneo y ligero. Y sí, es lo mejor que nos queda.

  
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                                                                                                               Sr. Jumbold.

lunes, 25 de abril de 2011

Videntes y Piratas


Eugenio Di Bianco era un mesmerino pero de la época del colonialismo. Se rumoreaba que el mismísimo Cristobal Colón había pagado una buena suma de dinero al adivino para que lo acompañara en sus aventuras por nuestra América; acorralado por los clientes hechizados insatisfactoriamente, las uniones maritales cruzadas, y las deudas a los mercaderes: el genio aceptó.
 Una vez en altamar, en la Pinta, Colón le hizo saber sus inquietudes sobre la expedición; como el adivino era de orígen francés, lo hicieron que escribiera en una nota  la siguiente inquietud: -¿Cómo acabaremos aquí?
 La transcripción es la siguiente:
"Las notas no siempre ayudan, pero es lo que encontramos para vivir a la altura de estas basuras mundanas que rodean los medios de diálogo; el simple, el corriente, el dinámico diálogo que otorga el discurso presencial. Ahora mísmo nesecito decir algo, no se bien qué, pero no puedo. Me limito a escribir sobre algo de lo que no tengo capacidad de interpretar; y sabemos cuan cercano a la tragedia esta eso.
 Que insatisfacción que puede sentir uno un lunes por la tarde, pensaba ayer. Pero atención que hay elevo, pero no está la chispa. ¡Qué suerte la mía!. Debo dejar de acusar ese frente cada vez que no consigo TODO lo que quiero; después de todo tengo salud, un techo, una flor, nada para reprochar. Pero esas son necesidades básicas, pogale. Hay necesidades divinas que cada uno debe tener, que nesecita encontrar y que empiezan por la duda. Por eso, mi dictamen es que me mató con la pregunta."
    
 Al momento en que descifraron lo que decía la nota mandaron a Eugenio Di Bianco a la tabla, para luego empujarlo a nadar con los peces.
 Los mensajes los malinterpretamos nosotros mísmos; aún teniendo en cuenta que "las respuestas de los brujos deben ser tan imprecisas como evidentes."* El adivino Eugenio tenía razón después de todo, concluye con la predicción que le continuó. Lo que sucede es que mientras buscamos ciertas verdades, dejamos pasar muchas otras. La obsesión se carga al anhelo, y es aquí cuando se desbaraja todo.      

*Alejandro Dolina - Bar del Infierno.
Textos: Pablo Eder
Ilustraciones: Luciano Grisolía

domingo, 3 de abril de 2011

Ensayo sobre la muerte y su miedo



…”Mi amigo se puso más nervioso de lo que yo me esperaba; porque ante este golpe de inocente teatralidad, se apartó de mí neuróticamente y dejó escapar un grito, con una especie de atragantamiento que liberó su tensión contenida. Fue un grito singular, y tanto mas terrible cuanto que fue contestado. Pues aún resonaba, cuando oí un crujido en la tenebrosa negrura, y comprendí que se abría una ventana de celosía en aquella casa vieja y maldita que teníamos allá cerca. Y dado que todos los demás marcos de ventana hacía tiempo que habían desaparecido, comprendí que se trataba del marco espantoso de aquella ventana demoníaca del ático.” Así intentaba describir a “Lo Innombrable” el autor Howard Lovecraft, quien utilizó una serie de elementos descriptivos para darle forma a aquello que no la presentaba. Pero que sin dudas se trató de un maravilloso relato de algo que no se sabe qué es, aunque bien relata lo que sí genera: miedo.
Entre los tantos temas de divulgación, pueden encontrarse muchos pasajes en los cuales se hable de la muerte, o del miedo que en ella se esconde. Aunque preferiría hacer cierta salvedad aclarando que lo que en ellos se tratan son las causas por las que se llegó a tal fin. Y no un mero análisis de lo que podría entregar la inhumación hacia nuestro “mundo de las ideas” como bien lo definió Platón en la antigüedad. Entendiéndose a la muerte como la separación del cuerpo y del alma.
 Bien puede pensarse, para simpleza de muchos, que al padecer por tal estado le genera a uno una sensación creciente de descomposición corporal. O que sencillamente terminó su estadía en el mundo de los mortales, y le corresponde una eterna vida en la nada absoluta. Personalmente descreo de esta última afirmación. Dado que la controversia con respecto a este tema es demasiado grande como para afirmar que existe “La Nada” luego de estirar la pata; sería como negar el todo de un mundo completamente desconocido e inexplorado por cualquiera que pueda leer estas líneas. A excepción de aquellos virtuosos que han regresado de la muerte para relatar lo sucedido.
 Quienes cuentan su experiencia vivida en grandes volúmenes detallan los momentos en que sus funciones vitales dejan de funcionar, cómo los recuerdos de su infancia comienzan a resurgir a modo de cortometraje en lo último que les queda palpitando, que no es nada menos que su imaginación intentando resumirles una vida entera hecha de ausencias. O están aquellos perseguidos por ese miedo al abandono del cuerpo, como es el caso de Edgar Allan Poe, quien describe extraordinariamente los pasos seguidos por este ante la posibilidad de caer en la terrible enfermedad conocida como catalepsia. A falta de mejores definiciones como lo supo afirmar el mismo escritor. Se trataba de la suspensión de las funciones vitales por un lapso que podría oscilar entre horas, semanas e incluso meses, en donde la persona presenta los síntomas de un muerto, pero que en realidad, no lo está.
 Esta obsesión llevo a Poe a describir en “El entierro prematuro” todas las precauciones que un maníaco del miedo toma para evitar que lo enterrasen con vida… “Me perdía en meditaciones sobre la muerte, y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente… Ya no me atrevía a montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningún ejercicio que me alejara de casa. En realidad, yo no me atrevía a fiarme de mí lejos de la presencia de los que conocían mi propensión a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado y de la lealtad de mis amigos mas queridos. Temía que, en un trance mas largo de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no había remedio… les exigía, con los juramentos mas sagrados, que en ninguna circunstancia me enterrarían hasta que la descomposición estuviera tan avanzada que impidiese la conservación... empecé con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mandé a remodelar la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fácilmente desde adentro. A la más débil presión sobre una larga palanca que se extendía hasta muy dentro de la cripta, se abrirían rápidamente los portones de hierro. También estaba provista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con alimentos y agua, al alcance del ataúd preparado para recibirme. Este ataúd estaba acolchado con material suave y cálido y dotado de una tapa elaborada según el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de forma que el más débil movimiento del cuerpo sería suficiente para que se soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya soga pasaría (estaba previsto) por un agujero en el ataúd y estaría atado a una mano del cadáver.”
Lo importante resaltar aquí, es la idea de que no se trata de la explicación del fenómeno, sino mas bien la previa a la partida definitiva. Es decir que, claramente, uno no puede describir lo que nunca ha sentido. No se puede hacer una tesis sobre el amor sin antes haber sufrido una desdicha. O sin proclamar lágrimas en virtud de la tristeza, o de alegre felicidad ante quien las merezca.
 Lo fundamental, hasta ahora, es que la muerte es el pasaje a otro estado –valla a saber específicamente cuál- de características lógicamente diferentes a las que conocemos los humanos.
 Otro autor que ha resaltado el hecho de temer ante la muerte fue León Tolstoi, quien en “La muerte de Iván Illich” analiza los pensamientos y emociones de un hombre a punto de morir, quien se plantea si su vida ha sido tan brillante como el creía en esos tiempos. Donde la vida de un alto funcionario había valido la pena dejando de lado una dedicación al sentir emociones verdaderas en su rol de padre y esposo. Así como critica la frivolidad de la familia y amigos que se niegan a afrontar la realidad de su muerte.
  Un caso curioso es el de los Musulmanes, por ejemplo, quienes creen en la reencarnación permanente. Aman en vida a sus esposas, quieren y educan a sus hijos, y alimentan a su ganado aquellos que viven de él. Luego, una vez llegada la hora, se despiden de sus familiares sabiendo que luego de abandonar su cuerpo podrá continuar su misión en el mundo; pero esta vez con forma de Cotorra, en un supuesto caso.
 Aquí, esta visión acerca del “Más Allá”, es más alentadora que la duda con la que deben lidiar los cristianos. La duda de no saber si su alma descansará el resto de la eternidad para el reino de los cielos, o en la oscuridad de las tinieblas. Eso dependerá de una serie de comportamientos en donde si uno ha sido pecador, de condenará a pasar su vida en el infierno. Mientras que si se fue un buen feligrés, podrá permanecer en el cielo; quizás en compañía de un vecino insoportablemente religioso, por ejemplo. Pero que rápidamente terminaría por condenarse de todas formas por tener que soportar al fanático sujeto.
 Las formas en que concebimos al miedo son muy diversas. Algunos pretenden no sentirlo. Otros, en cambio, se enorgullecen de sentirse atravesado por esa sensación y batallan para ganarle día tras día.